Maldivas, santuario de tiburones











Las islas Maldivas están situadas en mitad del océano Índico, en el que forman una especie de espina dorsal que lo divide en dos de norte a sur a lo largo de unos 1.000 kilómetros, casi prolongando la punta de la península india. El suelo oceánico sube aquí hasta cerca de la superficie en una larga cadena de montañas de antiguo origen volcánico cuyos únicos restos en superficie son las casi 1.200 islas que forman 26 atolones, situados más o menos en dos líneas paralelas.

El archipiélago forma por tanto una barrera al libre intercambio de agua entre el este y el oeste del océano Índico; de hecho los barcos grandes que desean cruzar han de hacerlo por un par de estrechos concretos. Para la dinámica oceánica la cresta submarina que forma las Maldivas es muy importante, y por ello, necesariamente, también lo es para la fauna. De ahí que sea tan importante la decisión del gobierno maldivo de declarar toda su área de soberanía como un santuario para tiburones, donde estos animales no podrán ser pescados ni perseguidos.

Algunos de los ecosistemas más ricos y variados del mar se producen en las áreas donde el agua profunda asciende rápidamente a la superficie; en las costas donde el cambio de profundidad es brusco y el movimiento de agua fuerza su ascenso. En Maldivas se produce ese súbito descenso de profundidad, y las diferencias entre ambos lados de la doble barrera de atolones hacen que las corrientes sean muy intensas y complejas: un peligro para la navegación, pero un entorno espléndido para los animales. Según la marea sube y baja en el lado este y el oeste de la cadena de atolones el agua entra en ellos, o sale, en direcciones cambiantes según la latitud y la topografía local del fondo. Los atolones se llenan y vacían de agua a través de canales (kandu, en la lengua local) en los que lo habitual son fuertes corrientes de entrada y salida a lo largo del día. El agua profunda, cargada de nutrientes, se ve canalizada hacia la superficie por este flujo, y alimenta la base de la cadena ecológica: a partir de ahí se genera todo un enorme ecosistema de predadores cada vez más grandes, que culmina en los tiburones.

Como todo buzo aficionado a los escualos sabe, la mejor forma de ver estos animales es en zonas de corriente, y cuanto más intensa, mayores serán los ejemplares y más raras las especies. Para 'tiburonear' en Maldivas lo habitual es hace buceo 'a la caribeña' en un Kandu cuando hay corriente. La técnica consiste en caer a plomo hasta el fondo, a más de 30 metros, cerca del labio del canal donde el suelo se desploma hacia las llanuras abisales. Allí te agarras como buenamente puedes al fondo y, si tienes suerte, puedes contemplar un espectáculo impresionante: decenas de grandes predadores como tiburones tigre o martillo (entre otros) patrullan las profundidades, justo donde el agua fría y profunda se precipita hacia la superficie cargada de comida. Transcurrido el breve periodo que la elevada profundidad impone el buzo se suelta y comienza el ascenso dejándose arrastrar por la fuerte corriente; a media profundidad suelta una boya de descompresión para ayudarle a mantener el ritmo de ascenso y para señalizar al Dhoni (barco local) en superficie dónde tiene que ir a buscarle, porque lo habitual es salir a flote a kilómetros del punto de inmersión.

Ver semejantes animales desplazarse con elegancia y sin esfuerzo aparente en medio de una violenta corriente con la que el humano tecnológico debe luchar sólo para mantenerse en el sitio es una experiencia impresionante. Y gracias a la prohibición de pescar tiburones en Maldivas es algo que podrá seguirse haciendo dentro de unos años: la importancia de este refugio (el segundo nacional del mundo, después de Palau) es enorme, porque su situación y condiciones garantizarán la supervivencia de numerosas especies que están siendo pescadas en grandes números y llevadas al borde de la extinción. Que las Maldivas puedan además rentabilizar su estátus de reserva por medio de la explotación turística nos indica que matar animales no es la única forma de obtener beneficio económico de su presencia. Ojalá que el nuevo santuario de tiburones en Maldivas no sólo beneficie a la fauna, sino a la población local. Porque un tiburón vivo no sólo es ecológicamente mejor para todos que uno muerto, sino que puede ser mucho más rentable.

Foto: buceoactual.com

Fuente: Retiario

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