Golpe de gracia en el Mediterráneo

El desarrollo de la población humana y el aumento de su capacidad para modificar su entorno durante la larga historia de la civilización en el Mediterráneo ha supuesto un progresivo aumento de la presión sobre este Mar, particularmente vulnerable a la presión humana por el escaso intercambio con otros mares. La transformación del territorio de la cuenca Mediterránea, con fenómenos de desertificación a gran escala inducidos por la actividad humana ya desde el Imperio Romano, ha alterado el régimen hidrológico del Mediterráneo.
Las perturbaciones hidrológicas más importantes han sido la apertura del Canal de Suez en 1869 y la regulación de los ríos de la cuenca Mediterránea mediante presas. La construcción, finalizada en 1970, de la presa de Asuán en el Río Nilo ha disminuido de tal manera el aporte de agua, consumido por las mega-urbes de El Cairo y Alejandría, y sedimentos decantados en el embalse a la costa adyacente que ha hecho desaparecer la pesquería tradicional de sardina. La acumulación de población, con la urbanización y proliferación de infraestructura, ha alterado de forma drástica la línea de costa. Todo esto, además, ha llevado a la erosión generalizada de sus playas.

La apertura del Canal de Suez ha llevado a un aumento notable del transporte marítimo y el riesgo de accidentes y vertidos contaminantes en el Mediterráneo. Además, ha actuado como puerta de entrada de especies invasoras desde el Mar Rojo al Mediterráneo, a la que han contribuido también los organismos liberados en el vaciado de aguas de lastre de buques provenientes de mares lejanos y la proliferación de acuarios. La sobrepesca ha esquilmado las poblaciones de peces del Mediterráneo, afectando también a tortugas y delfines. La acuicultura ha compensando en cierta medida la caída de pesca de poblaciones salvajes y ha aliviado la presión sobre éstas, pero ha generado también importantes impactos, particularmente sobre las praderas de Posidonia, muy sensibles a los aportes de desechos de la acuicultura. Camuflado como acuicultura, el engorde de atún rojo en el Mediterráneo supone una enorme amenaza para el futuro de esta especie, que sorprendentemente continúa con la permisividad de organismos reguladores internacionales y autoridades irresponsables impulsado por el motor de la codicia de unos pocos y la demanda desorbitada de atún rojo en los mercados japoneses.

El declive de las praderas submarinas del Mediterráneo alerta del deterioro que todos estos impactos suponen, a los que son muy sensibles. Las pérdidas de praderas submarinas suponen una pérdida de valor para el ecosistema marino, pues juegan un papel clave en el mantenimiento de la biodiversidad, la estabilización de los fondos marinos y la protección de la línea de costa y actúan como sumideros de carbono. Las pérdidas de praderas de Posidonia en el Mediterráneo se evalúan en un 5% anual y se han de considerar como irreversibles, ya que se trata de las plantas superiores de crecimiento más lento de la biosfera (1 cm. por año) cuya recuperación puede requerir varios siglos.

La conservación del Mediterráneo exige la toma de medidas ambiciosas. La Comisión General de Pesca del Mediterráneo prohibió en 2005 la pesca de arrastre por debajo de 1. 000 m. La Directiva Hábitat de la UE ha impulsado la proliferación de zonas protegidas en la costa del Mediterráneo y la Convención de Barcelona, firmada en 1995 por los países ribereños, incluye medidas para su conservación. Sin embargo, es toda la sociedad quien ha de responsabilizarse de esta tarea, completando con otras iniciativas los marcos legislativos y las actuaciones de los gobiernos.

Fuente: el cultural

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